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La Romántica

El último chance de Nicolás Maduro



La temperatura se eleva exponencialmente en Venezuela. Los acontecimientos están a punto de desbocarse. La onda expansiva de las protestas comienza a alcanzar las zonas populares. Los videos no dejan mentir a nadie. De Petare a La Vega, de Ruiz Pineda a Quinta Crespo, de San Juan a Cabudare en Lara, de Los Teques a Tovar en Mérida. Ya a Maduro le resulta imposible dormir como un bebé. En todo caso, dormirá como un bebé con cólicos, fiebre y susto. Sobre todo después de lo ocurrido en San Félix, en el remoto sur del país. Aunque, en rigor, en ese caótico final de cadena se mezclaron los dos países: el que ya se ha acostumbrado a recibir migajas y se acerca al presidente con pedimentos y ruegos, y el que ya harto de tanta humillación lo repudia y lo manifiesta sin reserva alguna. Al presidente se le fue el país de las manos. Es como una represa cuarteándose bajo la fuerza exasperada del agua. Las alarmas no dejan de gritar.

La calle se ha reactivado con una facilidad pasmosa. Los mismos dirigentes opositores están sorprendidos, pues saben el costo político que trajeron los devaneos con el régimen en el ya extinto diálogo. Así el hartazgo. Así también el aprendizaje. Porque es indudable el cambio de estrategia de los diputados del parlamento y demás líderes políticos. Se les ve como nunca liderando las marchas, arriesgando el pellejo, los pulmones y la vida. En la vanguardia de la lucha. Pero sobre todo, allí está la gente. Con un nivel de determinación asombroso. Asistiendo a todas las convocatorias de calle y generando sus propias protestas.

Por eso Maduro y su combo han apretado el botón de la represión máxima. Pero solo están acumulando más errores y delitos a su prontuario. Arrojar bombas lacrimógenas a una clínica con el lazo de “¡Sigan atendiendo diputados!” es poco menos que criminal. Lanzarlas desde el vientre de un helicóptero es una canallada letal. Apostar francotiradores en dependencias del Estado para dispararles a los manifestantes solo logra envilecerlos ante la opinión del mundo. Perseguir con saña a manifestantes que ya fueron dispersados es morbo en la violencia. Soltar a sus colectivos para disparar a mansalva es una aberración recurrente. Enviar a un grupo de desadaptados a sueldo a la Basílica de Santa Teresa para intentar agredir al Cardenal Urosa y a fieles que gritaban “libertad” es un nivel de degradación inaudito.

A eso súmenle lo más grave e irreversible: el pulso detenido de Jairo Ortiz, Daniel Queliz y Brayan Principal, tres jóvenes asesinados por la represión. ¿De qué sirve que el gobernador Francisco Ameliach escriba un tuit diciendo que el policía que arruinó para siempre los 19 años de Daniel será puesto a la orden del Ministerio Público? ¿Acaso eso le devuelve la vida? ¿Acaso esos 140 caracteres le lavan la cara a Ameliach, el que alguna vez también tuiteó incitando a una repuesta “fulminante” contra los opositores? ¿Y quién le saca la bala del abdomen y le restituye la vida a Brayan, que con sus 14 años fue víctima de un país encrespado y fallido?

Escandaliza el silencio enorme de Nicolás Maduro ante esos asesinatos. Y el de Padrino López. Escandaliza que no alcen las manos y detengan a sus fieras. No sorprende, pero escandaliza. Perturba sobremanera que el Defensor del Pueblo solo escriba tuits de rechazo, no active una denuncia formal y no les exija categóricamente, sin medias tintas, a los esbirros armados que así no es, que así no se resuelve la triste y asediada vida de los venezolanos, sino que se agrava cruelmente. Indigna que Tarek William Saab relativice toda afrenta de sus partidarios invocando episodios del pasado. El hoy de Venezuela es sumamente delicado. Si la represión insiste en subir sus decibeles solo habrá más muertes, heridas y detenciones, pero también más calle, indignación y revuelta. Y a todas estas, ¿quién detiene a los delincuentes que aprovechan el caos para agregar su propio caos?

¿De verdad, Nicolás Maduro, vas a seguir escamoteándoles a los venezolanos su derecho a tener comida y medicinas como el resto del planeta? ¿De verdad no te da ni un soplo de vergüenza la minusvalía de los hospitales y la pavorosa orfandad de los enfermos? ¿Te acostumbraste a ver a tu “querido pueblo” en colas infinitas para buscar comida y luego se las cambias por otra cola para entregarles un carnet que solo busca manipularlos? ¿No te abochorna eso ni un milímetro en la soledad del espejo donde te afeitas? ¿Te importan más tus estrategas de La Habana que la sufrida y hastiada gente de Venezuela? ¿No ves los videos en las redes sociales? ¿No observas la rabia y el dolor? ¿O solo ves la película donde imaginas marines gringos invadiéndonos por Camurí Chico?

No hay épica revolucionaria, Nicolás Maduro. Nunca la hubo. Aquí no hay ni su poquito de Playa Girón. Aquí el Che Guevara es un hombre disfrazado que ya hasta reniega de este desastre. La utopía la trocaron en saqueo. Carlos Marx terminó convertido en la cara de George Washington, porque eso es lo que más han hecho tus compañeros de sueño y resentimiento: robar dólares de todas las formas posibles.

Si eres tan demócrata, convoca las elecciones que nos debes. Respeta a la abultada mayoría que eligió un nuevo parlamento. Abre las cárceles de todo aquel preso por adversarte. Reconoce la hambruna, la ruina, el caos y la depresión monumental de todos los venezolanos. Te hinchas la boca hablando en nombre del pueblo. Entonces, haz feliz a ese pueblo. No te digo que renuncies, que ya sería demasiada fiesta. Te digo que olvides tus quince motores productivos que se oxidaron sin arrancar. Olvida las frases hechas, la retórica populista, el desenfreno militarista. Activa un solo motor. El de la democracia. Y que ella diga cuál será tu destino. Y el nuestro.

No escupas más insultos ni amenazas, Nicolás Maduro. No te desfogues dentro de un liquiliqui impostado. La tragedia es que ya nadie cree en tu palabra. Y eso es lo peor que le puede pasar a un político. Que hable y nadie le crea. Que hable y las palabras sean aire y decepción. Que hable y hunda un metro más al país. No hables más. Actúa. Diles a tus subalternos del CNE que anuncien la fecha de las elecciones regionales ya. Ordénales a tus uniformados y colectivos que no vuelvan a dispararle o reprimir a un ciudadano más. Acepta que a la AN la eligió el mismo pueblo que tanto invocas. Exígele a tu Contralor que revierta las inhabilitaciones políticas que tú mismo le ordenaste. Dile a tu impúdico TSJ que la función terminó. Acepta con humildad que no supiste. Ni pudiste. El país se te fue de las manos. Y terminó lanzándote objetos y maldiciones. El país es San Félix. El país dijo basta. Regálate una noche con tu conciencia. Quizás es el último chance que te queda antes de entrar al sótano de la historia.

Leonardo Padrón


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