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La Romántica

EN VENEZUELA PARECE QUE EXISTIERAN DOS REALIDADES PARALELAS



El corresponsal volante del diario catalán La Vanguardia, presente en Venezuela durante los últimos días, dice que la situación nacional es increíblemente difícil de descifrar porque, según con quien hables, hay dos versiones opuestas de lo que está pasando, dos puntos de vista que nunca se encuentran.

Robinson (Liverpool, 1960) conversó con La Iguana.TV acerca de su trabajo para el diario con sede en Barcelona y también acerca de dos de sus libros: Un reportero en la montaña mágica (que trata sobre las reuniones del Foro Económico Mundial, en Davos) y Miedo, asco y esperanza en América (sobre la crisis interna de Estados Unidos).

A continuación, una versión de la conversación sostenida por Robinson con el periodista Clodovaldo Hernández:

-¿Cómo ve un corresponsal que acaba de llegar a Venezuela la situación planteada en los últimos días?

-De manera muy difícil. No estoy especializado en Venezuela, ni siquiera en América Latina. Soy un corresponsal volante de La Vanguardia y donde he pasado mucho tiempo este último año es en Estados Unidos. La situación es increíblemente difícil de descifrar porque tienes la sensación de que existen dos realidades paralelas. Según la persona con la que estés hablando, estás en una de esas dos realidades distintas que jamás se encuentran. Por eso he tratado de hablar con la mayor cantidad posible de personas. En estos días le confesé a un manifestante que no entendía nada, y él me dijo: “Entonces ya entiendes todo, porque cuando te das cuenta de que no entiendes nada, quiere decir que ya empiezas a entender a Venezuela”… Para informar sobre Venezuela en estos momentos hace falta entender que acá hay miles de matices. Pero cuando miras la cobertura que están haciendo los medios internacionales, eso es precisamente lo que falta: el matiz. Por ejemplo, todos dicen que en Venezuela hay una dictadura semejante a la del estereotipo latinoamericano, pero nadie está dispuesto a poner siquiera un paréntesis para decir que en Venezuela hay un presidente que fue elegido, en 2013…Yo he pasado mucho tiempo en los últimos tres años en Brasil, y creo que una manera de entender es comparar la información que se está dando sobre Brasil bajo Michel Temer, frente a la cobertura que se está haciendo de Venezuela. Aquello fue, en verdad, un golpe de Estado parlamentario contra Dilma Rousseff, pero cuando ella y Lula Da Silva pidieron elecciones anticipadas, todos los grandes medios coincidieron en que eso sería anticonstitucional. En cambio, todos los gobiernos y medios internacionales, incluso los de centro-izquierda, exigen elecciones anticipadas en Venezuela, como si fuera una condición sine qua non para que haya democracia en el país.

-¿Cuál es la posición que asumen los dueños y los jefes de Redacción de los grandes medios cuando envían a un corresponsal a Venezuela? ¿Qué le dicen que debe hacer?

-Yo solo conozco el caso de La Vanguardia y creo que es un proceso muy complejo. No es que haya una línea impuesta desde arriba al enviado especial. Lo que suele haber es una autocensura por parte del corresponsal mismo y un marco en el cual se crea una realidad a partir de una serie de prejuicios, que casi nunca se cuestionan. Así, esos prejuicios se convierten en la única realidad que existe. Y como el corresponsal o enviado especial probablemente llega a un hotel como este, en el barrio de Chacao, y habla con los taxistas, los camareros, la gente en la calle y ve que todos forman parte de esa realidad, de que “esto es una dictadura”; que “existe una escasez de alimentos por lo que miles de personas están muriendo de hambre”; que “la policía todos los días está matando a jóvenes manifestantes”… El hecho de que todo el mundo en ese entorno inmediato confirma esas preconcepciones que ya tenías, significa que eso es lo que escribes… y no te das cuenta de que existe otra forma de interpretar lo que está pasando. Yo he intentado evitar esto. Y en La Vanguardia no han cambiado mis textos. Sí se nota a veces que quien titula lo hace de manera que corresponda con esa visión consensual de que este es un país viviendo bajo una dictadura y bla, bla, bla. Por ejemplo, en un artículo que hice sobre Cúcuta y San Cristóbal, usé una frase de un abogado de una ONG de Colombia, quien señaló que el gobierno colombiano quiere proyectar una imagen de Venezuela llena de penurias y caos, y uno de los motivos que tiene para ello es que los miembros de las FARC van a incorporarse a la política legal, por lo que a la derecha le conviene que la gente crea que un país gobernado por socialistas es el infierno… Bueno, pues a mi texto le pusieron el título “Frontera de caos y penuria”, cuando en realidad había sido una ironía de ese abogado. Es una manera sutil de hacer las cosas, tal vez ni siquiera el mismo editor que lo hace es consciente de eso…

  -Los corresponsales y enviados especiales se quejan de que no hay acceso a las fuentes oficiales y eso obliga a que muchas veces se recurra a las fuentes opositoras. ¿Le ha pasado eso a usted?

-Sí, no ha sido fácil tener acceso al gobierno. Ni siquiera con gente que está trabajando en las misiones, por ejemplo. He tenido la experiencia de intentar unas visitas a las misiones. Había hablado con una persona para hacerlo y ya estaba casi todo listo. De pronto, recibí un mensaje en el que me decía algo como “Estimado Andy (aunque ya nos tratábamos con mucha menos formalidad): acabo de hacer una búsqueda exhaustiva de la cobertura de Venezuela en La Vanguardia y no estoy dispuesto a colaborar con ese diario porque he dedicado mi vida a la lucha contra la visión hegemónica de Venezuela en los medios internacionales”. Eso me parece un error, porque La Vanguardia es un diario convencional, del mainstream (pensamiento predominante en una cultura de masas), corporativo en la media en que pertenece al conde de Godó, pero tiene su pluralidad, y yo llevo unos cuantos años haciendo un periodismo con un enfoque que se puede considerar disidente respecto a la visión consensuada y jamás me han censurado. El problema es que si el gobierno y la gente del entorno del chavismo nos boicotean a los medios mainstream solo se va a perpetuar esta distorsión de la realidad venezolana. La Vanguardia llega a 350 mil personas en España, mientras que  si te limitas a darle un tour por las misiones a un medio digital de izquierdas, llegarás a 5 mil o 10 mil lectores. Yo entiendo que si se revisa la cobertura de los medios españoles de los acontecimientos de Venezuela, se aprecia un nivel de tergiversación. Es lógico que eso genere recelos en el gobierno, pero es mejor colaborar. Si igual vamos a publicar algo, es mejor que el gobierno tenga un input en la cobertura.

Un reportero en la montaña mágica
Robinson ha acumulado larga experiencia en la cobertura de los encuentros anuales de las grandes potencias económicas mundiales en Davos, Suiza. Con esa experiencia, escribió un libro titulado Un reportero en la montaña mágica.

-¿Qué se plantea en ese libro y qué importancia tendría que lo conociéramos en América Latina?

-Ese libro reúne una serie de crónicas de esas reuniones, con énfasis en las ocurridas desde 2008, cuando comenzó la crisis económica planetaria. El subtítulo del libro es “Cómo la élite de Davos hundió a la economía mundial”. Es una crítica del modelo de globalización que hasta cierto punto fue inventado por el Foro Económico Mundial que se celebra en Davos, un pueblo de los Alpes suizos, donde se juntan consejeros delegados de las grandes corporaciones, banqueros de inversión, presidentes de gobiernos, ministros de economía, y allí planifican la agenda permisible  para esa especie de élite. El libro fue un intento de abrir una ventana sobre el tema de quién gobierna en el mundo. Yo creo que Davos no es un foro de la derecha, sino una especie de ideología filantrópica, medio socialdemócrata incluso, que plantea el problema de la desigualdad como algo que los consejeros delegados que cobran 6 mil millones de dólares al año deberían tomar muy en serio. Es una especie de doble discurso que siempre está presente en Davos, y el libro trata de quitarle el velo a esa hipocresía. Curiosamente, en los años posteriores, eso ha ocurrido. Yo tengo la impresión de que el Consenso de Davos entró en crisis terminal ahora mismo, porque Donald Trump no es un hombre de Davos. Puede ser billonario, grotesco, racista y todo lo demás, pero no encaja en esa élite y su principal asesor político, Steve Bannon, ha dicho que Trump debía hacerle oposición al “partido de Davos”, que es el Demócrata de Hillary Clinton y al Republicano de Jeb Bush, es bipartidismo que jamás cuestiona el statu quo, ese que no cuestiona que un banco como Goldman Sachs sea el dueño del mundo… Tanto en Europa como en EEUU se está empezando a cuestionar.

-Hablando de EEUU, uno de sus otros libros se llama Miedo, asco y esperanza en América. Allí se habla de cómo está ese país por dentro… ¿cierto?

-Ese libro fue escrito antes de la irrupción de Trump, pero se le ve venir, hay un terreno abonado. Es, como lo dijo el periodista William Greider, quien aparece citado en el libro, “EEUU es un caldo tóxico de resentimiento”. De repente, todo ha saltado por los aires. Trump es un síntoma de la debilidad del paradigma neoliberal. Hay mucha gente preocupada porque Trump sea el inicio de un nuevo movimiento de ultraderecha. Yo prefiero verlo como una oportunidad, al ser un síntoma de que el sistema se está tambaleando.

-Antes de venir a Venezuela, usted andaba por la frontera entre México y EEUU. ¿Cuál es la situación de esa zona tan caliente en este momento?

-Es una zona en la que hay una mezcla de miedo. Sobre todo entre la gente centroamericana que busca asilo político, personas que han hecho esas travesías, periplos a través Honduras, El Salvador, Guatemala, en el tren “La Bestia”, historias verdaderamente espeluznantes para llegar hasta allí y ahora EEUU está denegando sus solicitudes. Pero, por otro lado, los mexicanos lo ven diferente. Ellos saben que han logrado una presencia importante en la sociedad estadounidense. Están muy organizados, sobre todo en el sur de California, son los jefes de los sindicatos, dominan en el Partido Demócrata, y creo que Trump no ha conseguido avanzar en su intento de bloquear a las ciudades santuarios (donde no se persigue a la inmigración ilegal). Además, entre los mexicanos hay conciencia de que Barack Obama tampoco fue un santo ni mucho menos. De hecho, hubo más deportaciones en los primeros tiempos de la Administración Obama que en estos de Trump, si se compara por mes. Ellos están acostumbrados. Yo hice un reportaje en Omaha cuando hicieron redadas en los mataderos. Llegaron cientos de policías de inmigración, detuvieron a los trabajadores, los llevaron a centros de detención y luego los deportaron, dejando a sus hijos no digamos que huérfanos, pero sí solos.

-Volviendo a Venezuela, ¿encuentra puntos de comparación con otros países en conflicto donde usted haya realizado coberturas? ¿Existe riesgo de una guerra civil?

-Creo que ninguno de los países donde he estado es comparable con Venezuela. Este país es único. He estado en Brasil, donde también hubo un movimiento organizado por la derecha contra un gobierno de izquierdas, y logró su objetivo, quitar del medio al Partido de los Trabajadores y recuperar una agenda neoliberal. Es lógico pensar que ese es el objetivo aquí. Pero al ver la manifestación del Primero de Mayo en el centro de Caracas noté que hay apoyo al gobierno. Hablé con varios y comprobé que muchos son críticos, piensan que ha habido una crisis y una mala gestión de la crisis, pero se mantienen firmes. Por eso creo que aquí va a ser muy difícil que logren lo que hicieron en Brasil. El peligro de un enfrentamiento civil puede ser real, no lo sé. Es muy difícil de calibrar eso para mí. Espero que no. Lo que sí creo es que la izquierda internacional debe tratar de combatir esas políticas de apoyo a la oposición que estamos viendo en la Organización de Estados Americanos. La actuación de Luis Almagro es increíble, utilizando un lenguaje calcado de la oposición de derechas acá. Eso ha generado incomodidad en varios países latinoamericanos. Puede empezar a ponerse en entredicho la posición de Almagro. El problema con el tipo de declaraciones que está haciendo es que estimula a los manifestantes. Cuando él refuerza la tesis de la dictadura, anima a los jóvenes opositores a salir a las calles y lanzar cocteles molotov contra la policía. Eso es algo que no ocurría hace dos años y es muy peligroso.

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