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La Romántica

Las armas nucleares soviéticas en Ucrania: una moneda de cambio, no un impedimento

 

Eric Gómez considera que Ucrania hizo bien renunciando a las fuerzas nucleares que la antigua Unión Soviética había desplegado en su territorio, dado que no poseía ni mando ni control sobre estas y obtuvo importantes beneficios políticos y de seguridad por hacerlo

Una narrativa destacada que surgió cuando Rusia inició su condenable invasión a Ucrania se centró en la decisión de Ucrania de renunciar a las armas nucleares que quedaron en su territorio después del colapso de la Unión Soviética. Si Ucrania hubiera mantenido estas armas nucleares, según el argumento, podría haber disuadido a Rusia de invadirla. Esta perspectiva enfatiza las armas nucleares como la última póliza de seguro contra una invasión, pero minimiza detalles importantes y el contexto histórico en torno a la decisión de Ucrania.

Ucrania se convirtió en la tercera potencia nuclear más grande del mundo casi de la noche a la mañana en 1991, cuando declaró su independencia y la Unión Soviética colapsó. El ejército soviético colocó aproximadamente 1.800 armas nucleares estratégicas y unas 4.000 tácticas en territorio ucraniano.

La cuestión de qué hacer con arsenal nuclear masivo pronto se volvió una prioridad para Ucrania, Rusia y EE. UU. La recientemente independiente Ucrania estaba ansiosa de ser parte de la comunidad internacional, Rusia estaba tratando de limitar el daño causado por la disolución de la Unión Soviética y EE. UU. estaba preocupado acerca de la seguridad de las armas nucleares conforme Rusia y las otrora repúblicas soviéticas se enfrentaban a intensos retos políticos y económicos.

Aunque Ucrania tenía miles de armas nucleares estacionadas en su territorio, estas armas en realidad no pertenecían a Ucrania. El comando y control es una característica central de una disuasión nuclear efectiva, pero Kiev no lo tenía. Según la historia oficial escrita por la Agencia de Defensa para la Reducción de Amenazas de EE. UU., “los códigos de lanzamiento planificados previamente permanecieron en los centros subterráneos de comando y control del ejército de cohetes … Nadie negó que la autoridad para lanzar las fuerzas nucleares, las terceras más grandes del mundo, permaneció en Moscú”.

En otras palabras, Rusia retuvo el mando y control efectivos sobre las armas nucleares en territorio ucraniano. Ucrania no podía lanzar los misiles ni utilizar las ojivas y, por lo tanto, el arsenal no podía utilizarse como elemento disuasorio. Además, incluso si Ucrania obtuviera el mando y el control, no tenía la infraestructura para mantener las armas de manera segura.

Dadas estas limitaciones operativas y técnicas, las armas nucleares en territorio ucraniano simplemente no podían servir como una disuasión efectiva. Sin embargo, eran una valiosa moneda de cambio. Ucrania no podía usar las armas, pero podía cambiarlas por otros beneficios.

El Gobierno de Ucrania reconoció esto y poco después de la independencia acordó renunciar a las armas nucleares para unirse a acuerdos internacionales como el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas y el Tratado de No Proliferación (TNP). La entrega de las armas nucleares también proporcionó una vía para mejorar la relación de Ucrania con los EE. UU., ya que este último inició un programa cooperativo de reducción de amenazas para asegurar el material nuclear en la antigua Unión Soviética. Ucrania también enfrentaba una crisis económica a principios de la década de 1990, experimentado hiperinflación y una contracción significativa del PIB. En pocas palabras, Ucrania tenía más que ganar si se deshacía de las armas nucleares que si las conservaba.

Si bien había beneficios claros en el intercambio de armas nucleares en el territorio de Ucrania, Kiev desconfiaba de Moscú y no quería entregar las armas de forma gratuita. En enero de 1994, Ucrania, EE. UU. y Rusia acordaron una declaración trilateral. A cambio de garantías de seguridad escritas, 2.500 millones de dólares en condonación de deuda, el apoyo de EE. UU. para la reducción cooperativa de amenazas y ensamblajes de combustible nuclear para sus plantas de energía nuclear, Ucrania acordó transferir todas las armas nucleares fuera de su territorio y unirse al TNP. A finales de ese año se formalizaron las garantías de seguridad escritas en el Memorando de Budapest, que incluía el respeto a la integridad territorial y soberanía de Ucrania. Estas garantías de seguridad se mantuvieron durante 20 años hasta que Rusia violó el acuerdo en 2014 al anexarse Crimea.

Es importante tener en cuenta que el Memorando de Budapest, a diferencia del tratado que estableció la OTAN, no es un tratado de defensa y no compromete a EE. UU. a una intervención militar en nombre de Ucrania en caso de que sea atacada. El Memorando menciona consultas entre las partes y con el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en caso de conflicto, pero no llega al nivel de un tratado de defensa.

Dadas las circunstancias del momento, Ucrania hizo bien en renunciar a las fuerzas nucleares que la antigua Unión Soviética desplegó en su territorio. Ucrania no poseía mando ni control sobre las armas ni la capacidad para mantenerlas de manera segura. Ucrania también obtuvo importantes beneficios económicos y de seguridad al renunciar a las armas nucleares, que eran vitales en ese momento dada la difícil situación que enfrentaba. Rusia finalmente violó las garantías de seguridad que acordó en el Memorando de Budapest, pero el acuerdo apuntaló dos décadas de paz entre Ucrania y Rusia.

La invasión de Rusia a Ucrania es una gran tragedia sin sentido. Es tentador mirar al pasado en busca de una solución fácil que podría haber evitado este horrible evento. Sin embargo, es importante no ver el pasado a través de lentes de color de rosa. Las armas nucleares que quedaron en Ucrania después del colapso de la Unión Soviética fueron una mejor moneda de cambio que un elemento disuasorio, y Ucrania obtuvo beneficios económicos y de seguridad tangibles por intercambiar las armas.

Este artículo fue publicado inicialmente en ElCato.org


Eric Gómez es director de Estudios de Políticas de Defensa en el Instituto Cato. Sus investigaciones se concentran en el presupuesto militar de EE.UU. y su posición de defensa, así como también sobre el control de armas y asuntos relacionados a la estabilidad nuclear en el Este de Asia.

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